Entre las poblaciones de la Vall de Ebo y Benimaurell se esconde el espectacular barranco de l'Infern. Es un barranco casi siempre seco que cualquier barranquista que se precie debe descender al menos una vez.

Yo ya había estado una vez, pero tenía ganas de repetir, así que recluté a Manolo, Niki y Nolo, que se apuntan a un bombardeo, y para allá que nos fuimos.

Aunque el día elegido no fue el mejor. Después de recorrer unos pocos kilómetros de pista que no están en muy buen estado (pero que con paciencia se pueden recorrer en turismo), llegamos al aparcamiento, y estaba lloviznando muy levemente. No es que nos preocupara el caudal del barranco (tiene que llover mucho para que este barranco lleve caudal, y la previsión era cercana a cero), pero sí que teníamos dudas sobre si la roca caliza mojada resbalaría mucho.

En cualquier caso, con todo el coche que ya nos habíamos chupado, decidimos probar. Bajamos por el sendero hasta el lecho del río Girona, y en breve llegamos al primer rápel. Había parado de lloviznar, y con alegría comprobamos que la roca mojada resbalaba poco o nada, lo nunca visto, oiga.

Mientras almorzábamos llegó otro grupo barranquista con el que coincidiríamos casi todo el barranco, y nada más empezar a bajar comenzó de nuevo a lloviznar, pero bueno, ya nos habíamos decidido.



Este paso "del caballo" es divertido



Fuimos progresando bastante bien hasta que llegamos al primer punto problemático del descenso: una zona con pequeñas marmitas que tenían agua, y donde no tuvimos más remedio que mojarnos las piernas, con las botas incluidas. Algún funambulista del otro grupo consiguió pasar sin mojarse.

A continuación había un pasamanos que no recordaba para nada de la otra vez, y que sortea una gran marmita repleta de agua, y no transparente precisamente. Yo creo que la primera vez que vine la marmita estaba seca, y ni me percaté del pasamanos.

El caso es que no sé que mosca le picó a Niki (quizás la presencia de las chicas del otro grupo tuvo algo que ver, jiji), pero se encaramó al pasamanos sin cabos de anclaje. Al principio parecía que iba a lograr llegar al otro lado a salvo, pero se bloqueó al final en un trozo ascendente, y después de un minuto agónico intentando aguantar, los brazos le dijeron que adiós, se soltó, y cayó de pies a cabeza en la marmita.

Total, que salió chorreando (menos mal que el agua llegaba al borde y se podía salir fácilmente), pero en cuestión de unos minutos empezó a tiritar. Tras cruzar todos el pasamanos y bajar el rápel a continuación, se quitó toda la ropa, que escurrimos, y le prestamos un forro polar, ya que el riesgo de hipotermia era importante al hacer frío y quedar mucho barranco por recorrer.

Manolo, superando el pasamanos, y vista a la pocita donde todos nos mojamos los pies

Seguimos pasando rápeles, hasta que llegamos al segundo problema del día: el pasamanos que rodea la gran marmita tenía un pequeño tramo al principio donde la cuerda tenía una mordida, y no daba nada de confianza. Aquí dejamos pasar al otro grupo, y la verdad que fue mala idea porque se les ocurrió montar un rápel guiado, con lo cual perdimos mucho tiempo. Fue interesante ver cómo usaban esta técnica, que creo que en este caso quizás no era lo mejor, porque el tramo de un lado a otro de la marmita es muy largo (quizás 15-20 metros), y además el guiado quedaba muy horizontal, con lo cual pasar de un lado a otro le costó lo suyo a alguno, y además tampoco servía de mucho llevar el ocho corriendo por la cuerda suelta, ya que si se hubiera soltado la de guía, la leche habría sido de espanto. Era más bien una tirolina con muy poca pendiente.

El pasamanos guiado que montó el otro grupo

A partir de este punto, el barranco se encajona al máximo

En fin, cuando ya se hubieron ido, nosotros montamos un rápel corriente, y bajamos a la marmita, quitándonos toda la ropa de cintura para abajo, incluyendo la ropa interior, jaja. Vadeamos la marmita y subimos al otro lado con la ayuda de una cuerda fija con nudos.

En el resto de barranco no tuvimos ninguna incidencia... La parte final en la que se rapela a la marmita perforada es superespectacular, a mí me pone los pelos de punta. Y a continuación tuvimos algunas dificultades porque había bastantes pozas en las que alguno probamos la fría agua del barranco.

El pasamanos final antes de llegar a la marmita perforada

El rápel final, la foto no hace justicia

Al otro lado de la marmita perforada

Finalmente sólo nos quedó el penoso andar por el barranco hasta la senda de subida, donde se nos acabó la luz del día, llegando a los coches de noche, y con un frío que pelaba. Nos esperaban unos botes de cerveza que había traído Manolo, y que no hubo necesidad de enfriar, jaja.

Una aventura en toda regla.